Todos hablaban a menudo de sus
padres. Uno de ellos, Tino, con aspecto de cachorro grande y que tenía cada ojo
de un color, estaba orgulloso de su padre porque era picador de toros además de
oficinista. Disfrutábamos cuando el enorme coche de cuadrillas que funcionaba
con gasógeno iba a recogerle y él aparecía, espigado y grave, en el portal con
su espectacular traje de luces. Otro de los integrantes del grupo de la
esquina, Pepe Amigo, se ufanaba de que su padre cazaba pájaros los domingos en
Paracuellos del Jarama: con redes en primavera y con liga durante el invierno.
Tenía su casa, diminuta y pobre, llena de jaulas con jilgueros que cubrían por
las noches para que descansaran de su agitación durante el día. Al padre de
Pepe Amigo le admirábamos porque tenía una motocicleta Gilera con el cambio de
marchas en el depósito de gasolina, de forma que, fuera a la velocidad que
fuera, tenía que soltar una mano del manillar para cambiar de marcha y eso nos
parecía una proeza. Y ello a pesar de que era cojo y llevaba un alza enorme en el
zapato derecho.
También recuerdo a los dos
hermanos Chaburre, que tenían doce vacas en el patio interior del edificio y
abastecían de leche a la vecindad, que acudía a comprarles con las lecheras de
aluminio. Su padre las ordenaba y, en las raras ocasiones en que nos dejaban
pasar a verlas, todos pensábamos en el valor que implicaba ordeñar aquellas
bestias tan enormes y tan hoscas.
Podría enumerar las razones por las cuales todos admirábamos a los padres de los habitantes de la manzana. Ésta fue la única compensación que tuve el día en que se hizo público que el mío no sólo no había muerto sino que estaba en casa cuidándome desde el interior de un armario.
Los girasoles ciegos, Alberto Méndez
1. Organización de ideas
2. a) Intención del autor
b) Señala dos mecanismos de cohesión en el texto
3. Texto argumentativo (150-200 palabras): ¿Existe libertad de expresión y de pensamiento en España actualmente?
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