miércoles, 30 de enero de 2019

Textos 4 de febrero

Responder a la pregunta 1 (Organización de ideas) de estos tres fragmentos


Telarañas cuelgan de la razón 
en un paisaje de ceniza absorta;       
ha pasado el huracán de amor,        
ya ningún pájaro queda.

Tampoco ninguna hoja,
todas van lejos, como gotas de agua
de un mar cuando se seca,      
cuando no hay ya lágrimas bastantes,        
porque alguien, cruel como un día de sol en primavera,
con su sola presencia ha dividido en dos un cuerpo.    

Ahora hace falta recoger los trozos de prudencia,
aunque siempre nos falte alguno;    
recoger la vida vacía     
y caminar esperando que lentamente se llene,     
si es posible, otra vez, como antes,  
de sueños desconocidos y deseos invisibles.       

Tú nada sabes de ello,   
tú estás allá, cruel como el día;        
el día, esa luz que abraza estrechamente un triste muro,         
un muro, ¿no comprendes?,  
un muro frente al cuál estoy sólo.

                        Luis Cernuda, Los placeres prohibidos

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Hoy pienso, Padre, que me llamó la atención algo que le distinguía de los demás: era un niño triste pero con una serenidad extraña para su edad. En sus juegos sin discordia, en su obediencia sin sumisión, en su interés por aprender y su orgullo por saber, en su silencio... Quizá su infancia me recordó la mía y quise revivir en aquel párvulo el niño que yo fui. Pensé que sería un buen pastor en nuestra Iglesia. ¡Ay de mí! Noté algunas otras diferencias: recuerdo que, cuando todos los alumnos en fila, antes de salir del colegio, formaban marcialmente y entonaban el Cara al sol al atardecer como despedida de una jornada de jubiloso aprendizaje, Lorenzo no compartía el espíritu de Flecha que sus compañeros demostraban. Mantenía, sí, la compostura, pero un día me acerqué a él sigilosamente por detrás y advertí con sorpresa que mantenía el brazo en alto, movía los labios, pero no cantaba. ¡Le pedíamos amor a su Patria y nos devolvía su silencio!

Le castigué a no abandonar aquel patio si no cantaba el himno completo, pero no cantó. Se mantuvo erguido y con el brazo en alto aunque ni siquiera comenzó la primera estrofa. No sé si prevaleció en mí la ira por su rebeldía o la dicha por la oportunidad de doblegar con mi autoridad a un hijo impío de un siglo sin fe. «¡Canta», le ordené, «es el himno de los que quieren dar la vida por su Patria!»

 «Mi hijo no quiere morir por nadie, quiere vivir para mí», dijo una voz suave y melosa a mis espaldas. Me volví y era ella.

Alberto Méndez, Los girasoles ciegos

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A mi amigo le tocó hacerse cargo de los divorcios en una época y en una familia en la que esas cosas no pasaban. Buscar abogadas para la hermana o el hermano, explicárselo a los padres, proteger a los sobrinos del vendaval emocional y animar las cenas de Nochebuena normalizando la nueva realidad. Luego le tocó cuidar del primo yonqui que arrasó con lo que había en la casa familiar, que dejó muda de dolor a la abuela, lo sacó de la cárcel tras el último atraco en una farmacia, vivió con él los tratamientos de desintoxicación, las fugas, las recaídas, la hepatitis, la salvación final.

A las amigas de mi amigo les tocó acompañar a abortar a su sobrina mayor y entrar acojonadas a la clínica porque dos policías vigilaban la entrada cercana de una embajada. Y entonces el aborto no era una opción libre. A él le tocó también ser el primero en conocer a la pareja gay del tío soltero, fue él quien le animó a salir del armario, a presentarlo en casa, a que poco a poco los pequeños empezaran a llamarlo tío también.

Y cuando se aprobó la ley del matrimonio igualitario organizó con ellos aquella boda tan llena de emoción como de dificultades familiares y se encargó de que los mayores encontraran su sitio en aquel jolgorio que no entendían. Más recientemente, le ha tocado estar atento a los descalabros que la crisis iba provocando en esta casa y en aquella, tapando agujeros y sin Gordo de la Lotería.

Mi amigo no monta un belén en su casa en estas fechas, como dice Teodoro García Egea, el nuevo secretario general del PP, que hacen los españoles. No, mi amigo no monta un belén, pero no conozco a nadie que haya hecho más por la familia española que él. Acumula, como todos a cierta edad, una buena colección de fracasos y estropicios, está lleno de contradicciones, vive razonablemente feliz con su pareja, atiende a hijos de varios matrimonios, suyos y de ella, y esta semana no sale de la cocina. Español, muy español, un gran español.

Pepa Bueno, El País, 25 de diciembre 2018


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